martes, 15 de octubre de 2019

Ocho orejas escondidas (9)

Capitulo 9: Gonzalo Fresco

-¿Sabés qué? Hoy vi un pajarito que tenía un muñón ¿Viste que tienen tres dedos? dos para adelante y uno para atrás, bueno, éste tenía esos en una pata, la derecha, en la otra no tenía ninguno, sólo la pierna que terminaba un muñón…

-Dejate de pelotudeces Gonza...

En el hospital Cullen, esa mañana de Julio, un Martes veintiséis, Gonzalo Fresco esperaba para ser revisado por pedido de la escuela para su ingreso a la pileta. No lloraba como todos sus compañeritos, de los que se reía para sus adentros, porque no comprendía el dolor, simplemente su cuerpo no lo procesaba, no expresaba emociones. Justo ahí, en ese momento, estaba parado frente al doctor como si fuese un zombi, ni siquiera seguía con la mirada las acciones del médico, miraba al frente como si estuviera muerto, simplemente eso. Su mamá observaba desde la puerta, apoyada en el marco, y entendía perfectamente por qué aquella lascitud, y para sus adentros se convenció de que lo lograría, de que podría criar a su hijo sola.

Su padre se llamó Ernesto Fresco, solían reírse de su nombre pero no tanto, porque tenían un profesor de apellido Verga, así que semejante hecho distraía la crueldad de sus semejantes. Tenía una torpeza característica que lo exponía frente al resto como a un idiota. Desde ese lugar recreaba a un artista que no era, eso sí, pudo llegar a ser un fallido director de cine que nunca filmó nada. Tampoco le importaba la política, pero todos necesitamos del sexo, así que para conquistar a Lucía Rigamonti, se leyó el manifiesto comunista para tener algo que decir si es que la memoria no le fallaba, y luego de dos o tres defensas de algunos párrafos del texto rojo y dos asistencias a marchas por el boleto estudiantil, pudo acceder a la entrepierna de Lulita.

Lucía fue una madre adicta a la militancia de izquierda, pero muchos suponían, incluso sus padres, que si en vez de haber visto en la tele, aquella tarde de verano, luego de comer un asado con toda la familia, quienes, al igual que toda la clase media argentina, con el estómago lleno, resuelve todos los problemas sociales y estructurales que aquejan a la nación, al General Perón hablando de los trabajadores, se encontraba con un informe agrario bien producido, habría sido ingeniera agrónoma.

Entonces sus padres, al fin habían sido solamente un obsecuente y una fanática. Lo criaron sin armas para defenderse del mundo. Tenían esa curiosa creencia de que imponer respeto era autoritario, creían que mandarlo a la escuela era adoctrinarlo, y que levantarlo temprano podía influir negativamente en su desarrollo anímico. No se le enseñaron modales, no hubo exigencia de que fuera a la secundaria, por lo que no la terminó en toda su vida, ni se despertó jamás antes de las diez de la mañana. Así creció, sin trabajar, sin estudiar formalmente, sin obligaciones y siempre mantenido por la madre que lo parió.

El verdadero parásito argento.

Una mañana, cerca del mediodía (las once tal vez), el primero de Junio de 1979, Lulita agarró el bolsito de paja y salió para el mercadito de la otra cuadra. Tenía en la cabeza la lista de cosas que tenía que comprar; debía pasar por la Bolita Porque tiene las mejores especias, no me tengo que olvidar del pimentón, por la carnicería de Marciano y traer pan del Gordo Chusma de mierda que no hace más que mirarme el culo.

Así, ella cruzaba el umbral del antiguo estacionamiento donde se erguía el mercado, mientras criticaba la falta de limpieza de los espacios. Un Falcon se estacionaba en su puerta para desatar su pena. Un hijo se enamoraba de la mirada de su padre que le hacía “caballito” mientras todo el mundo allá afuera seguía su rumbo sin que a él le importase. Y las miradas se mancharon de sangre mientras todo esto pasaba. La que estaba allá a una cuadra pedía pan, Ernesto, explicaciones a dios. Un mundo estaba terminando mientras el sol hacía de esa cuadra en la capital Santa Fe, un lugar hermoso.

Moncho entró a la casa tomada de la calle Agustín Delgado al catorce sin mucho disimulo, la puerta estaba sin llave, y al girar el pestillo antes de cualquier brutalidad, no hizo más ruido del que hacen las bisagras cuando están oxidadas. A Ernesto, que tenía en la falda a su larvita, lo sorprendió ese hombre militar que pisaba su terreno como pancho por su casa. y lo vio, sí que lo vio, desenfundar y apuntarle justo en medio en los ojos, o así lo creyó. Una bala le atravesó el cerebro, al parásito, un segundo proyectil, que rebotó en el apoya brazo del sillón metálico, le perforó la pera al lado de las amígdalas y se incrustó en la cabeza atravesando sólo la piel del rostro. Pero lo creyeron muerto, incluso Vargas, que con la suela de su bota, le giró la cara para asegurarse de que estaba terminado, lo convenció de eso el chorro de sangre que bombeaba su pulso y que la escupía por el agujero de su frente.

Lula salió del mercado con la vista del Gordo Funes clavada en sus piernas, que eran hermosas. Antes de cruzar Güemes, se le anudó la garganta cuando escuchó el chillido de las ruedas del Falcon que vio escapar con furia del frente de su casa.

Y se quedó así, inmóvil sobre el cordón. Se acomodó la solapa del solerito de tonos rojos que el día anterior le había regalado Ernesto Porque se viene el verano bonita... Se mojó con amargura el labio superior y lo apretó con el de abajo. El nueve pasaba urgente frente a ella como si no existieran leyes.



Pensó que tal vez sí fue un error dejar la carrera de letras, que hacía mucho que no visitaba a su madre. Recordó también a Ambrosio, el dueño de La Santafesina, que le dijo el último día que trabajó, que siempre estarían las puertas abiertas. Así intentó negar lo que su mente anticipaba que habría de ver en el living de su casa. Acomodó sus piecitos uno junto al otro lo más pegados posible… Y solo atinó a reconocer, que otra vez, había olvidado comprar el pimentón.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Ocho orejas escondidas (8)



Capítulo 8: Mara Dores

El fuego deshacía el madero a ceniza mientras su locura transmutaba su cerebro a rabia. Estoy cerca, pensó. El temblor de sus manos no le impidió controlarlas, había sufrido demasiado y valía la pena el castigo, la fuga. Creía que en aquello como se cruza a lo desconocido con la única convicción de que cualquier otro plano sería mejor que éste. Cinco litros de birra. Cinco litros que la voltearon. Se volvió cobarde de golpe y se quedó mirando fijo el bidón de nafta con el que pensó prender fuego la cabaña. Recordó unos patys en la heladera. Volvió rápidamente al pensamiento. Detesto el olor a humo. Qué linda está Susana en la TV. La cama calientita, la cama calientita...
Mara tenía un grado brutalmente desmedido de maldad innata, la ejercía sin límite ni culpas con los compañeros del club Hebraica, en general, todos judíos, dos negros y algunos católicos que eran la minoría en el Once de los años ochenta. Sabía encontrar las debilidades de las personas. Fue desarrollando aquello a lo largo de su vida, como perfeccionando técnicas para herir. Había crecido con una madre que nunca ocultó la verdad, ni trataba de olvidar la masacre del ´78 en Balvanera. El informe oficial fue que un robo, más precisamente una entradera, había terminado de la peor manera, falleciendo allí Carlos Dores, el padre de la familia.

Pero todos los cercanos sabían la verdad. Carlos fue asesinado por montonero, y su familia se salvó de morir porque fue el aviso a todos los demás; el cartelito que se cuelga en la ventana de una casa en venta, y eso mismo era Argentina por aquellos años, una casa en venta. Un grupo comando entró a las dos de la mañana, previo aviso a la policía local, y torturaron dos horas a Carlos frente a la mirada inmutable de su hija.

En un hilo se va mi sangre, y mi vida, como por un camino brutal y fantástico. Y su voz, desde la sombra, adornaba con dulzura al aire en su retiro. Haber fingido una sonrisa o un amor, qué poco valió a esta hora… Que insulso su reproche o sus virtudes, sus defectos o sus vicios; tampoco importaron.

Aquella tarde de Julio del 2017, el humo que salía del 4to B, avisaba a los vecinos del incendio provocado por Mara, que no vivió más de dos horas luego del rescate. Habemus papa, balbuceaba mirando el cielo manchado de gris al que cortaba la figura de la torre en llamas. Y se despedía de sus cosas y de su peso, se alivianaba la tortura alejándose del mundo. Disminuía el dolor de la verdad, se iba de su mente el retrato del rostro de su padre aquel día que lo sometían de rodillas, y el llanto de su madre que no la sostenía, sólo la abrazaba porque era lo que se hace en esos casos. Mientras su cuerpo, hirviendo, era subido a la ambulancia que prendía la sirena para alejarse a toda velocidad, y desparecer, de la vista de los curiosos.

lunes, 30 de septiembre de 2019

☀Sol en Sagitario ♐


Si pudieras darme un minuto. Si pudieras darme sesenta segundos
 de tu tiempo.
Si te hubiese conocido en el pasado o quizás
 en otra vida,
¿habría sido algo diferente? ¿serías hoy parte de mi presente?

Si pudiera dejar de contemplarte desde lejos.
Ser indiferente a tu encanto.
Si te he observado a la distancia es porque denoto algo mágico,
sublime y enigmático.

Si hoy lloviesen certezas de posibilidades sería de ilusa ser creyente;
sabiendo la respuesta de antemano.
Si tenerte cerca me es confuso: una colisión emocional de sentimientos.
Mis ojos dos canicas redondas que,
 tu estructura anatómica recorre: arriba a abajo y en sentido opuesto. 
Detenidas en cada línea de expresión mezquinando el lujo
de clavarse en tu sonrisa.



El tiempo. Grano a grano se ahoga en un reloj de arena.
Mi ansiedad en la espera de tu conexión al chat.
El clip clap del reloj aturde mi sordera.
Momento en que me pienso,
te pienso
          y nos pienso.

Nos invento otra realidad acortando la brecha espacio-tiempo,
partiendo de la creación del lenguaje.
Al límite de la palabra,
a la frontera de un nuevo idioma.
               -Un código solo de dos-.

Por las noches, soy una ciega peripatética que el inconsciente traiciona.
La represión emocional quiebra en mis sueños y la mente
 juega a los disfraces.
En el mundo onírico no hay reglas,
-       ni ojos que juzguen lo que otros no quieren ver-.
Amanece, y hoy te veo.  - De nuevo-.
Acá te tengo, sin tenerte.
A solo dos metros de alcance de mis dedos.
A tan poca y endeble distancia.
Lo sé.
          Lo veo.
                      Lo siento.


Te convertiste pronto y sin aviso en mi Valhalla,
mi paraíso
              mi Mar,
                       mi cielo.

 Odín me recibirá a brazos abiertos y las Valquirias me arrastrarán a su seno.
Mis heridas de guerra, a nombre de DonAmor,
          ni a mi más iracundo enemigo se las deseo.
Llega el ocaso, vuelvo a encontrarte. - De nuevo-.
Sudor en las manos. Palpitaciones en el pecho.
Pienso. Me pregunto: ¿es posible quererte sin conocerte?
Amabilidad e interés se vuelven términos de difusa conciliación.
Y allí me veo, 
subsanando un corazón roto con un deseo,
un amor platónico,
un imposible,
un anhelo.
Y al final de cuentas,
                         solo te quiero
                                        porque no te tengo.



Lucía Galluccio

Llévame Lejos


Si ahora
cierro los ojos,
lo haré por siempre.
Si ahora
aprieto los parpados,
se disipa el dolor.

Solo,
cierro los ojos,
por un momento.
Los cierros, y así,
quedaran cerrados
por siempre.

Mañana es un día nuevo,
mañana, no estaré,
mañana.
No veré el nuevo amanecer,
porque cerraré los ojos
por siempre.

Rezaré una plegaria
junto a mi cama,
pediré buen augurio
en esta perpetua odisea.
Rezaré una plegaria
junto a mi cama,
de rodillas;
devoto,
creyente.

- mamá llévame lejos, en este viaje.

Cae el cielo sobre mí,
se desmorona en pedazos.
Cae sobre mí,
sobre un huérfano de padre y madre.

- mamá llévame lejos, en este viaje.

Te confieso: 
- Intenté saltar de un quinto piso.
Pero
mamá,
sabes que no soy temerario.

Volar,
no es una idea tan lejana
a mi realidad.
Un frasco de Desyrel,
y ya estoy despegando
del suelo.

- ¡Mirá mami, mirá como "vuelo"! Toco el cielo con la punta de los dedos. 
Mamá, no me sueltes los brazos que la gravedad me atrae a su centro.

Mamá no me quiere a su lado, 
me consta como un hecho.
Me habría llevado

     lejos
        lejos
           lejos
               lejos,

                               desde hace algún tiempo.


Lucía Galluccio

viernes, 27 de septiembre de 2019

Ocho orejas escondidas (7)



Capítulo 7: Lately

Sin embargo, el mundo podía hacer que el universo de una persona fuese aún más tortuoso y ridículamente dañino en algunos seres. 

Así que sin saberlo, desde el dieciséis de Marzo de 2017, cuidó y alimentó con el amor que se le tiene a un abuelito, a quien había sido cobardemente el que utilizó a su padre, matándolo, para tapar un error. El ocho de septiembre de 1978, lo siguió en silencio por la glorieta del pabellón 7, esperó tras una columna hasta que terminara de fumar, y cuando entró al comedor, lo arrinconó en una esquina, le apretó la papada con la pistola para levantarle la cabeza, alineó sus miradas hasta dejarlas fijas y claras. Le explicó que había sido una pena que hubiese estado justo ahí en ese momento, cuando él y dos oficiales más bailaban al cadete Rámola. Vargas le pidió perdón, y luego le apagó la vida al cabo Mariano Díaz. 

Cuando Carmen, la cocinera del complejo Campo de Mayo, pensaba salir con Marianito de la mano, vio el asesinato a través del ojo de buey de las puertas vaivén que separan la cocina del comedor, tapó la boca del niño y se tiró dentro del amplio bajo mesada de las bachas que tenía al costado. Así se salvaron. Porque para salir, Vargas atravesó la cocina para usar la puerta trasera. Marianito no había sido visto por casi nadie del complejo, y la conmoción de ese día lo hizo literalmente invisible, afortunadamente tampoco fue registrado en el ingreso. 

Ese mismo día, por la noche, Carmen fue hasta retiro sin pensarlo ni perder tiempo y viajaron a Santa Fe, donde su medio hermana Irene lo criaría. Irene trabajaba cama adentro en la casa de una familia de la alcurnia esperancina. Dos años después empezó la primaria, aparentemente ya no había recuerdos de su pasado porteño, ni Buenos Aires recordaba a un tal Marianito al que criaba un padre abandonado por su esposa. 

El sutil retraso madurativo que le regaló la genética, y los malvados compañeros de la primaria, lo bautizaron como Lately. Y si no hubiesen existido a lo largo de toda su vida, sólo en su cabeza, decenas de voces, paranoia selectiva, y un corchazo en la cabeza del padre, sería un hombre común. No estudió, se volvió policía penitenciario, y la cruel paradoja que parecía regalarle un rodillazo en las pelotas, lo llevó a cuidar a quien sin remordimientos lo habría desaparecido o vendido. 

Luego de leer en el diario gratuito en la cantina de la cárcel de Las Flores, quién era aquel viejo, hiló, con lo que eso le costaba, todos los sucesos que se borroneaban en sus duermevelas y se contestó cada pregunta sin respuesta. Obvió el ascensor, escalón por escalón subió acomodándose el uniforme y calzándose la gorra, como si para lo que estaba por hacer, necesitara estar presentable, o fuera necesario para un marco más formal, tal vez. 

Frente a la puerta de la celda, dejó a un costado el arma, porque necesitaba un límite. Como si Vargas supiese de aquello, lo espero con la misma solemnidad, Sí, fui yo, le dijo cuando bajó la vista hasta el cartelito que llevaba en el pecho y tenía inscripto el homónimo de su víctima. 

Luego de aquella tarde Mariano Díaz renunció a la penitenciaría, y el viejo, se volvió aún más sombrío, callado, y ausente.

Ocho orejas escondidas (6)



Capítulo 6: Darío Aliste

Aquel día cumplía años Agustín Trento, un compañerito de la primaria. Había caminado junto a su padre en la mañana por Corrientes, entre Pueyrredón y Pasteur se disputaban la posta cinco jugueterías gigantes, justo a la vuelta de su casa estaba El mundo del juguete. Cada vez que entraba a ese lugar, se sentía en otro planeta, y de alguna forma lo estaba. No le faltaban juguetes, a decir verdad tenía muchos Playmóviles, de alguna forma era la envidia de sus compañeros y el héroe de sus amigos, porque hacer una ciudad que ocupe todo el living del departamento con esos muñequitos era asombroso. El tema es que en la juguetería había diversidad de temas, de historias, y de mundos por imaginar, que con su batallón no le alcanzaba. 

A Margarita, los ocho de Agosto se le llenaban los ojos de lágrimas, cuando lo veía entrar ya todo un hombrecito, uno que era casi una copia de su padre, Julito Obregón, un escritor de Constitución que la había hecho reír mucho una tarde, ahí en la placita de San Juan y Chacabuco, que les quedaba de paso al Normal 3. Esa tarde lo besó tan enamorada, que se juró estar siempre a su lado, nunca lo dejaría solo, las pasiones para esta mujer eran un juramento. Y si bien se sabía que no era muy prudente salir por esos años con un librepensador, se enamoró de aquel chico con botas tejanas, campera de cuero y pelo hasta el culo. Y hablaba tan lindo… Pensaba. Y aunque Margarita ya estaba formalmente de novia con quien sería su marido toda la vida, lo eligió a Julito como su amante para siempre. 

El ocho de Agosto de mil novecientos setenta y ocho, antes de las diez de la noche, escuchó unos suaves golpes en la puerta, ella estaba concentrada en la cabeza de una vieja, le hacía tintura a Marta. Su corazón atajó los pulsos de aquel llamado, levantó la cabeza y centró la vista en un inexistente horizonte, que habría allá a lo lejos detrás de la puerta que los separaba, e imaginó la imagen con la que se encontró luego de correr hacia ella y abrirla. 

Ahí estaba Gonzalito, con sus ojos gigantes, su remerita de Dumbo, ese pantaloncito corto azul gastado que tan gracioso le quedaba y en medias. “Pobre criaturita” pensó, y lo abrazó como la madre que fue hasta que murió. 

Lo llamó Rubén Darío, como el famoso poeta, y Aliste era el apellido de su marido, quien a pesar de haber sufrido cierta amargura no hizo preguntas, sabiéndolo todo, y anotaron como su hijo a Gonzalito. 

Darío fue Darío desde el primer día con ellos, Gonzalito había muerto junto a su padre, cuando justo antes de salir para el trabajo en la General Eléctric, donde oficiaba como delegado gremial, sonó el teléfono. Julio cortó la llamada vencido, giró y miró a su hijo que parecía haber estado esperando aquella situación. Corrió hacia él y lo abrazó, y con todo perdido ya, lo besó depositando en él lo mejor de toda su vida. Gonza, tan chiquitito, corrió hacia el antiguo reloj de pie que tanto lo maravillaba. Solía esconderse ahí y quedarse quietito hasta empezar a vivir en su imaginación, miles de historias increíbles, pensaba quera como un túnel del tiempo, los Viajeros, los de la tele, tenían su pequeñito reloj dorado que los transportaba a cualquier punto de la historia, él podía meterse en el suyo y hacer lo mismo. Pero una vez lo mágico fue trágico. 

Escuchaba, como en eco, un grito, el golpe que destrozaba la puerta, y ellos entrando. En esa caja de madera, parada, inmóvil contra la pared, un testigo impotente a quien le sucedía la barbarie frente a sus ojos, y mientras el reloj marcaba las nueve y cuarenta y cinco, sintió en el pecho el disparo que lo dejó huérfano.

Y en un enunciado, todo lo dijo



Y en ese instante me sujetó firme del brazo, y dijo: " ¿no te parece preciosa la vida cuando estamos juntos? Ahora  sos mía".
Ni siquiera llevamos la cuenta del tiempo que transcurrió desde aquella noche, quizá fueron horas, minutos o milésimas de segundos... pero solo estaba segura de que vos no eras lo que necesitaba.
Y en cambio reafirmaba una y otra vez lo contrario.
Y he allí, la certeza absoluta.
La única verdad: la inconsistencia de la sinrazón.
Un gran panorama de pequeñas piezas yuxtapuestas y situadas. Día a día la ansiedad nos punza al querer tenerlo todo resuelto. En ocasiones me incita a cuestionar la capacidad propia de dar un salto en los peajes de mi vida, pero olvido lo esencial: las emociones. Sentires, impulsos y estados.
Acelerador de partículas que todo lo arrasa, lo corrompe y regenera, de la nada misma.
Motor de conducta violentada que encarna: Sonrisas subyacentes de añejas conversaciones. conversaciones.

El cálido toqué estremeciente del roce de la piel del amante y las nauseabundas mariposas estomacales que revolotean.
Momentos ínfimos de caducadas posibilidades.
Pero, me gustaría creer, pensar...
- Arremeter y declarar-
... que los sentires significan para suceder, o bien, son fruto residual de nuestras premeditadas provocaciones.


- Lucía Galluccio.


jueves, 26 de septiembre de 2019

Parvati


Negros pozos penetran el alma
  de quién no supo aMar.
Se esfuma
como bruma de olas,                 
                            granitos de arena
                                  y estela
                                    circunvalada 
                                    airosa
en los cielos neutros.


Su figura
escapa del foco - de cámara-
 que permuta
       idílica,
su contorno.

Cuando ya no es vista por mis ojos
 que inundan mil lagunas;
      es cuando mis oídos 
se agudizan
            
             y ruidos nocturnos
                                                                                 acurrucan mi Celosía.
Ni la Piadosa de Buonarroti, magnánima                                              
 Iconografía
      de servilismo
                         semeja el ardor de musa nacarada, inmarmolata,
                                                                               inbenevolente.


Ya no es mera hipérbole de mis sentidos
 y mi arte;
Es ella todo halo.

                                                Es Piéride. Es canto. Música. Poesía.



No retorne anhelo. NO VUELVAS.

La decadencia y estío me postraran a     TUS   pies        
                                                         nuevamente


si en brusco   d
                  e
                    s
                c
                       e
                         n
                            s
                              o      de Valkiria
           

      SecreuteR

          mi raciocinio
y asolas con un sólo pestañeo

                                                      el resto, 
                                                        de mis sentidos.



Lucía Galluccio

Temblor


Un minuto de silencio
agitada sacudida.
Unos ojos deprimidos, parpados temblorosos
Y una lágrima
                         s
                           e
                                  V
                                i
                             e
                           r
                         t
                       e
por una mejilla.

Un cuerpo inerte. Caucásico. Gélido.
Indescriptible asfixia.
El corazón galopeando a sobresaltos.
Y la mente,
un caleidoscopio de recuerdos.

P
   A
       L
           A
               B
                  R
                      A
                         S
                 M
               U
             D
         A
      S
Retenidas en el paladar. Retenidas para ser pensadas. Retenidas para no ser dichas.
Las vuelvo a pensar.
Me afligen,
vacilo.
     Un horrible sabor amargo ascendente del esófago regurgita en mi garganta.     
  Vuelve y se desliza.
       
                                             P
                                           i
                                        E
                                     S
                        D
                            E
                                S
                                   C
                                      A
                                          L
                                             Z
                                                O
                                                   S
Fríos
       Pisos.


Lucía Galluccio

viernes, 21 de junio de 2019

Otoño

¿A dónde vamos a ir cuando se termine el universo
cuando nuestro cuerpo ya no se conecte
cuando el mundo quepa entre el índice y el pulgar?
¿A dónde quedaremos al final de todo?
Se termina el mundo en el bostezo
y ya no sé qué hacer con el alma
que se me escapa del cuerpo
se va en un suspiro
y la hoja se desprende y cae
cae
y gira al suelo
libre del alma
del cuerpo
de todo. Espera
en otra estación volver
a nacer y yo que
me pregunto
¿Qué viene después de
conocer todas tus sonrisas
de haber recorrido tus lunares
contado tus cicatrices?
¿Qué sucede después de la sacudida
de llegar a lo más alto
y lo inevitable de la caída?
¿Qué hay después?
¿A dónde vamos a ir cuándo
el alma se escape del cuerpo
y ya no nos quede nada?
¿A dónde vamos a ir, mi amor
cuándo el universo nos quede pequeño
y termine al despertar?


V. Weiss

miércoles, 29 de mayo de 2019

Ocho orejas escondidas (5)





Capitulo 5: Maude Casares 

Había un trasfondo siniestro en la historia de Maude Casares, esa nenita medio rara que deambulaba por el patio de la primaria del Cornelio Saavedra sin mezclarse mucho con sus compañeritos, los creía unos imbéciles. Se había mezclado con el arte desde muy chica. 

A los nueve años, iluminada por el sol de invierno, dividiéndose entre el lienzo y la parte pesada de She´s so heavy de Los Beatles, trazaba en carbonilla estelas surrealistas de niña prodigio, desde los cuatro lo hacía. Se plantaba frente al lienzo como despechada, furiosa; era tan gracioso verla… Y le daba de latigazos y alma a la tela. Porque la pequeña Maude había entendido esos sentidos básicos del ser humano necesarios para odiar, para no morir de hambre, y para ir y volver de la escuela sin perderse. 

Solían amarla y odiarla intermitentemente, el mundo era así de insuficiente con ella, que según la temporada, inferían los grandes, era una chica genio, o se había vuelto loca. Algunos porque no entendían su visión tan explícita, y otros porque no lo aceptaban. A veces le sorprendía que las mismas personas hagan críticas opuestas en distintas exposiciones sobre la misma obra, era gracioso también. Subestimando lo residual. 

En la música estaba todo eso que no sabía decir; en la que escuchaba, en la que tarareaba, en la que salía de los instrumentos que esperaban tirados en la alfombra sin ninguna prisa. La pintura permitía un mundo mucho más interesante que el que le había tocado vivir. Sin embargo, era en los libros donde flotaba una libertad extrema que la soltaba al vacío de la catarata de las desgracias que leía. Como una flecha que desciende entre las gotas del flujo asqueroso que emanan las personas que no ven, esperaba así, con el corazón en la garganta, el impacto de la caída, el golpe contra el suelo. Se zambullía entre el agua y las piedras y revivía. Salía victoriosa y provocadora, más fuerte. Mientras recibía a los dieciséis años su primer premio por un óleo en un concurso nacional, en el momento que un hombre sorprendentemente parecido a George Cowley le colgaba la medalla de oro, ella meditaba sobre los lazos inexplicables con eso desconocido que la construía tan dura, en este plano de la vida. 

Maude había sido un error desde su concepción, para el común de las personas que visitaban la casa o la veían en clase, parecía idiota. Leía Paulo Cohelo y Jorge Bucay, uno hacía que se deprima y el otro hacía como que la curaba, regalos de la vida moderna pensó, mientras cerraba luego el libro de Jorge diciendo qué manera más estúpida de perder el tiempo. Pero no lo pensó por Jorgito, hablaba de un tip que le había dado en su libro para ser un poco más feliz 

Había nacido por error y siguió viviendo por lo mismo, estaba convencida de eso. 

A sus dieciséis años Violeta entró por primera vez a un local de militancia comunista. Ahí en Bartolomé Mitre y Uriburu, al lado del bar de Barros y de la casa de Urtubi. Tenía a Marx clavado en el culo, y creía realmente en las revoluciones, claro, aún no sabía ni siquiera quién era. Aún no sabía que terminaría siendo una desertora peronista. Y que si no la mataba la milicia lo haría el mismísimo Marx. Había llegado allí para dar clases de pintura en eso que era una especie de centro cultural barrial, pero que con el tiempo descubrió, era un centro de militancia política. Pablo Santos fue uno de los primeros dirigentes juveniles del sur, Temperley y Banfield eran suyos. Ella lo creía un revolucionario, incluso muchos lo creyeron, pero no, él solo hacía negocios políticos. Quería poder y trabajó para conseguirlo, olvidando, el cara de verga, la decencia y los valores. 

En la fiesta de egresados 1974 del Normal de Banfield, allá en la calle Manuel Castro, Violeta Barón y Pablo Santos se escondieron bajo las escaleras de mármol e hicieron el amor, su noviecito de toda la secundaria, la tiró en el suelo y en la oscuridad absoluta le hizo un pibe. 

Cuando Violeta la mostró a su abuelo, le dijo: Mirá, acá tenés a Maude, tu nietita. Le puse así por Maud Mannoni. 

-¡Es preciosa!- Y así la vio por siempre. Maude no había sufrido pena alguna, tanta mentira descarada de sus abuelos le borró todo recuerdo de antes del asesinato. Pareciera que a veces el cerebro funciona como un fusible, que por ahí no se corta, pero se calienta y se resiente, hasta que por fin explota, y deja de funcionar. Resetea, subestimando lo residual. 

Esta mañana, en el cruce de las calles Anchoris y New York, del Barrio San José, en Temperley, tuvo lugar un trágico accidente, que dejó el saldo de dos personas muertas, Una joven de veinte años y su hijita de uno. Vecinos del lugar, que desafortunadamente presenciaron el hecho, relataron: Dobló coleando el Chevrolet 400 y atropelló a La Violeta, que despidió a La Mudita, que voló unos metros y se murió ahí en la vereda. Hijos de P...! Frenaron, uno bajó a ver que estén muertas y se subió al auto y se rajaron… Relató Don Eusebio al borde de un ataque de nervios. Hasta hoy no se ha presentado la policía para ningún tipo de procedimiento. Los restos serán velados en la casa de velatorios Cerrito. 

Lo cierto es que todo había sido una puesta en escena. Hicieron la denuncia sabiendo que no les darían ninguna importancia, y que no vendrían. Sabían quiénes eran los asesinos, entonces el médico de cabecera de toda la vida de la familia Barón fue quien firmó el parte de fallecimiento de dos personas, el periodista publicaría la nota en el diario local, y se velarían los dos cuerpos a cajón cerrado. Un grupo de familias complotadas para, vaya paradoja, desaparecer una persona. Así de gambas eran en esa época. 

Y era cierto, “Moncho” había bajado a certificar el perecimiento de Violeta, y lo sorprendió ese angelito inerte, y así fue el parte luego a Vargas. 

Así había crecido, sin saber, sin sospechar que su madre había sido asesinada, y no muerta en un accidente, como todo San José había convenido en mentirle. 

Por error atendió, por error de Julia, la Bela, al cartero que traía otra carta más para ella, de un periodista o algo así. 

-¿Qué es esto Bela? Acá dice que es la tercera que me manda… ¿Qué es esto Belo?...-Augusto bajó la vista. Ella los miró desencajada, todo caía frente a sí, la verdad la cagaba a cachetazos, y veía a esa mujer que había armado con pequeñísimos recuerdos, y que era una especie de talismán al que se aferraba cuando necesitaba escapar de la mentira. Lo más grotesco de la escena, era ver a esos viejitos vencidos, Maude reprimía su enojo callando, que se le chorreaba una bronca por la jeta ¿Qué les iba a decir? Estaban muy grandes, qué sentido tendría. 

Había como ciertos niveles de relevancia entre los elementos. El elemento “sociedad” no la entusiasmaba en lo más mínimo, detestaba respetuosamente a la mayoría de las personas. No tenía la necesidad de fingir nada. Con esto entendía algunas cosas que no tenían explicación, pero que tampoco buscaba, no le interesaba ahondar en cuestiones ajenas. Odiaba a los políticos, donde entraban también los activistas de cualquier índole. Como sus padres, así que ahora también los odiaba a ellos. Sentía una repulsión absoluta por quienes creían tener una verdad entre manos, esos que creían que tenían alguna solución, aquellos que convencían a otros para que los acompañen en una lucha donde no ganaría nadie, eran para ella simplemente basura. 

Y enterándose de su madre se entendió un tanto anarco, y por su padre, su forma de encantar a las personas para hacer lo que ella quisiese. Ella que no tenía interés por descubrir más que lo que caminaba, se encontraba en el peor de los mundos. Una realidad que no sospechaba, ni admitía, ni aceptaba como suya. 

El hombre, que con su insistencia llegó a la puerta de la calle Anchoris no era más que un fanático ignorante sin rumbo. Le hablaba de la verdad como si existiera, lo veía como veía a los evangelistas; un pobre tipo hinchando las pelotas por el mundo llevando una bandera que no le pertenecía. La verdad no es de todos, no tenía derecho ese estúpido a meterse con la intimidad de las personas. Sin embargo, su búsqueda de una historia real, no era más que la obsesión de encontrarle un sentido a su vida, sólo personas vacías podían buscar beneficio entre tanta mierda, aplastando a quién sea sin importarle. Y pensando en eso, de pronto le dijo al espejo, con la boca rebalsada de dentífrico: 

-Pero como todo lo que sucede en nuestro país, aunque se repita una y otra vez, aleatoriamente en la historia, nada deja una enseñanza, siempre hay alguien trabajando para que eso no suceda ¿No? Otro para que suceda, y así… Esos dos nunca se encontraron.- Y volvió a sus pensamientos… Porque no se veían entre sí… Lo escondía a uno del otro esa bandera pelotuda...- Mientras escupía el agua del enjuague, decidió negarse, escupir en la cara de los defensores de sus propios egos, ya habían desaparecido las discusiones, solo se levantaba un poco más la voz hasta que el otro se cansase y se fuese. Y ella no era parte de nada de eso. No le interesaban los desparecidos, ni sus padres ni nada que la aleje de sus intenciones en la vida, que eran completamente al azar. 

No tenía la necesidad de coincidir con nadie en su manera de ver la libertad, sabía, que la libertad perdía sentido cuando se la comprendía de algún modo, carecer de esos conceptos, andar libre por ahí, era, sin condiciones, lo único que necesitaba.