miércoles, 29 de mayo de 2019

Ocho orejas escondidas (5)





Capitulo 5: Maude Casares 

Había un trasfondo siniestro en la historia de Maude Casares, esa nenita medio rara que deambulaba por el patio de la primaria del Cornelio Saavedra sin mezclarse mucho con sus compañeritos, los creía unos imbéciles. Se había mezclado con el arte desde muy chica. 

A los nueve años, iluminada por el sol de invierno, dividiéndose entre el lienzo y la parte pesada de She´s so heavy de Los Beatles, trazaba en carbonilla estelas surrealistas de niña prodigio, desde los cuatro lo hacía. Se plantaba frente al lienzo como despechada, furiosa; era tan gracioso verla… Y le daba de latigazos y alma a la tela. Porque la pequeña Maude había entendido esos sentidos básicos del ser humano necesarios para odiar, para no morir de hambre, y para ir y volver de la escuela sin perderse. 

Solían amarla y odiarla intermitentemente, el mundo era así de insuficiente con ella, que según la temporada, inferían los grandes, era una chica genio, o se había vuelto loca. Algunos porque no entendían su visión tan explícita, y otros porque no lo aceptaban. A veces le sorprendía que las mismas personas hagan críticas opuestas en distintas exposiciones sobre la misma obra, era gracioso también. Subestimando lo residual. 

En la música estaba todo eso que no sabía decir; en la que escuchaba, en la que tarareaba, en la que salía de los instrumentos que esperaban tirados en la alfombra sin ninguna prisa. La pintura permitía un mundo mucho más interesante que el que le había tocado vivir. Sin embargo, era en los libros donde flotaba una libertad extrema que la soltaba al vacío de la catarata de las desgracias que leía. Como una flecha que desciende entre las gotas del flujo asqueroso que emanan las personas que no ven, esperaba así, con el corazón en la garganta, el impacto de la caída, el golpe contra el suelo. Se zambullía entre el agua y las piedras y revivía. Salía victoriosa y provocadora, más fuerte. Mientras recibía a los dieciséis años su primer premio por un óleo en un concurso nacional, en el momento que un hombre sorprendentemente parecido a George Cowley le colgaba la medalla de oro, ella meditaba sobre los lazos inexplicables con eso desconocido que la construía tan dura, en este plano de la vida. 

Maude había sido un error desde su concepción, para el común de las personas que visitaban la casa o la veían en clase, parecía idiota. Leía Paulo Cohelo y Jorge Bucay, uno hacía que se deprima y el otro hacía como que la curaba, regalos de la vida moderna pensó, mientras cerraba luego el libro de Jorge diciendo qué manera más estúpida de perder el tiempo. Pero no lo pensó por Jorgito, hablaba de un tip que le había dado en su libro para ser un poco más feliz 

Había nacido por error y siguió viviendo por lo mismo, estaba convencida de eso. 

A sus dieciséis años Violeta entró por primera vez a un local de militancia comunista. Ahí en Bartolomé Mitre y Uriburu, al lado del bar de Barros y de la casa de Urtubi. Tenía a Marx clavado en el culo, y creía realmente en las revoluciones, claro, aún no sabía ni siquiera quién era. Aún no sabía que terminaría siendo una desertora peronista. Y que si no la mataba la milicia lo haría el mismísimo Marx. Había llegado allí para dar clases de pintura en eso que era una especie de centro cultural barrial, pero que con el tiempo descubrió, era un centro de militancia política. Pablo Santos fue uno de los primeros dirigentes juveniles del sur, Temperley y Banfield eran suyos. Ella lo creía un revolucionario, incluso muchos lo creyeron, pero no, él solo hacía negocios políticos. Quería poder y trabajó para conseguirlo, olvidando, el cara de verga, la decencia y los valores. 

En la fiesta de egresados 1974 del Normal de Banfield, allá en la calle Manuel Castro, Violeta Barón y Pablo Santos se escondieron bajo las escaleras de mármol e hicieron el amor, su noviecito de toda la secundaria, la tiró en el suelo y en la oscuridad absoluta le hizo un pibe. 

Cuando Violeta la mostró a su abuelo, le dijo: Mirá, acá tenés a Maude, tu nietita. Le puse así por Maud Mannoni. 

-¡Es preciosa!- Y así la vio por siempre. Maude no había sufrido pena alguna, tanta mentira descarada de sus abuelos le borró todo recuerdo de antes del asesinato. Pareciera que a veces el cerebro funciona como un fusible, que por ahí no se corta, pero se calienta y se resiente, hasta que por fin explota, y deja de funcionar. Resetea, subestimando lo residual. 

Esta mañana, en el cruce de las calles Anchoris y New York, del Barrio San José, en Temperley, tuvo lugar un trágico accidente, que dejó el saldo de dos personas muertas, Una joven de veinte años y su hijita de uno. Vecinos del lugar, que desafortunadamente presenciaron el hecho, relataron: Dobló coleando el Chevrolet 400 y atropelló a La Violeta, que despidió a La Mudita, que voló unos metros y se murió ahí en la vereda. Hijos de P...! Frenaron, uno bajó a ver que estén muertas y se subió al auto y se rajaron… Relató Don Eusebio al borde de un ataque de nervios. Hasta hoy no se ha presentado la policía para ningún tipo de procedimiento. Los restos serán velados en la casa de velatorios Cerrito. 

Lo cierto es que todo había sido una puesta en escena. Hicieron la denuncia sabiendo que no les darían ninguna importancia, y que no vendrían. Sabían quiénes eran los asesinos, entonces el médico de cabecera de toda la vida de la familia Barón fue quien firmó el parte de fallecimiento de dos personas, el periodista publicaría la nota en el diario local, y se velarían los dos cuerpos a cajón cerrado. Un grupo de familias complotadas para, vaya paradoja, desaparecer una persona. Así de gambas eran en esa época. 

Y era cierto, “Moncho” había bajado a certificar el perecimiento de Violeta, y lo sorprendió ese angelito inerte, y así fue el parte luego a Vargas. 

Así había crecido, sin saber, sin sospechar que su madre había sido asesinada, y no muerta en un accidente, como todo San José había convenido en mentirle. 

Por error atendió, por error de Julia, la Bela, al cartero que traía otra carta más para ella, de un periodista o algo así. 

-¿Qué es esto Bela? Acá dice que es la tercera que me manda… ¿Qué es esto Belo?...-Augusto bajó la vista. Ella los miró desencajada, todo caía frente a sí, la verdad la cagaba a cachetazos, y veía a esa mujer que había armado con pequeñísimos recuerdos, y que era una especie de talismán al que se aferraba cuando necesitaba escapar de la mentira. Lo más grotesco de la escena, era ver a esos viejitos vencidos, Maude reprimía su enojo callando, que se le chorreaba una bronca por la jeta ¿Qué les iba a decir? Estaban muy grandes, qué sentido tendría. 

Había como ciertos niveles de relevancia entre los elementos. El elemento “sociedad” no la entusiasmaba en lo más mínimo, detestaba respetuosamente a la mayoría de las personas. No tenía la necesidad de fingir nada. Con esto entendía algunas cosas que no tenían explicación, pero que tampoco buscaba, no le interesaba ahondar en cuestiones ajenas. Odiaba a los políticos, donde entraban también los activistas de cualquier índole. Como sus padres, así que ahora también los odiaba a ellos. Sentía una repulsión absoluta por quienes creían tener una verdad entre manos, esos que creían que tenían alguna solución, aquellos que convencían a otros para que los acompañen en una lucha donde no ganaría nadie, eran para ella simplemente basura. 

Y enterándose de su madre se entendió un tanto anarco, y por su padre, su forma de encantar a las personas para hacer lo que ella quisiese. Ella que no tenía interés por descubrir más que lo que caminaba, se encontraba en el peor de los mundos. Una realidad que no sospechaba, ni admitía, ni aceptaba como suya. 

El hombre, que con su insistencia llegó a la puerta de la calle Anchoris no era más que un fanático ignorante sin rumbo. Le hablaba de la verdad como si existiera, lo veía como veía a los evangelistas; un pobre tipo hinchando las pelotas por el mundo llevando una bandera que no le pertenecía. La verdad no es de todos, no tenía derecho ese estúpido a meterse con la intimidad de las personas. Sin embargo, su búsqueda de una historia real, no era más que la obsesión de encontrarle un sentido a su vida, sólo personas vacías podían buscar beneficio entre tanta mierda, aplastando a quién sea sin importarle. Y pensando en eso, de pronto le dijo al espejo, con la boca rebalsada de dentífrico: 

-Pero como todo lo que sucede en nuestro país, aunque se repita una y otra vez, aleatoriamente en la historia, nada deja una enseñanza, siempre hay alguien trabajando para que eso no suceda ¿No? Otro para que suceda, y así… Esos dos nunca se encontraron.- Y volvió a sus pensamientos… Porque no se veían entre sí… Lo escondía a uno del otro esa bandera pelotuda...- Mientras escupía el agua del enjuague, decidió negarse, escupir en la cara de los defensores de sus propios egos, ya habían desaparecido las discusiones, solo se levantaba un poco más la voz hasta que el otro se cansase y se fuese. Y ella no era parte de nada de eso. No le interesaban los desparecidos, ni sus padres ni nada que la aleje de sus intenciones en la vida, que eran completamente al azar. 

No tenía la necesidad de coincidir con nadie en su manera de ver la libertad, sabía, que la libertad perdía sentido cuando se la comprendía de algún modo, carecer de esos conceptos, andar libre por ahí, era, sin condiciones, lo único que necesitaba.

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