miércoles, 2 de octubre de 2019

Ocho orejas escondidas (8)



Capítulo 8: Mara Dores

El fuego deshacía el madero a ceniza mientras su locura transmutaba su cerebro a rabia. Estoy cerca, pensó. El temblor de sus manos no le impidió controlarlas, había sufrido demasiado y valía la pena el castigo, la fuga. Creía que en aquello como se cruza a lo desconocido con la única convicción de que cualquier otro plano sería mejor que éste. Cinco litros de birra. Cinco litros que la voltearon. Se volvió cobarde de golpe y se quedó mirando fijo el bidón de nafta con el que pensó prender fuego la cabaña. Recordó unos patys en la heladera. Volvió rápidamente al pensamiento. Detesto el olor a humo. Qué linda está Susana en la TV. La cama calientita, la cama calientita...
Mara tenía un grado brutalmente desmedido de maldad innata, la ejercía sin límite ni culpas con los compañeros del club Hebraica, en general, todos judíos, dos negros y algunos católicos que eran la minoría en el Once de los años ochenta. Sabía encontrar las debilidades de las personas. Fue desarrollando aquello a lo largo de su vida, como perfeccionando técnicas para herir. Había crecido con una madre que nunca ocultó la verdad, ni trataba de olvidar la masacre del ´78 en Balvanera. El informe oficial fue que un robo, más precisamente una entradera, había terminado de la peor manera, falleciendo allí Carlos Dores, el padre de la familia.

Pero todos los cercanos sabían la verdad. Carlos fue asesinado por montonero, y su familia se salvó de morir porque fue el aviso a todos los demás; el cartelito que se cuelga en la ventana de una casa en venta, y eso mismo era Argentina por aquellos años, una casa en venta. Un grupo comando entró a las dos de la mañana, previo aviso a la policía local, y torturaron dos horas a Carlos frente a la mirada inmutable de su hija.

En un hilo se va mi sangre, y mi vida, como por un camino brutal y fantástico. Y su voz, desde la sombra, adornaba con dulzura al aire en su retiro. Haber fingido una sonrisa o un amor, qué poco valió a esta hora… Que insulso su reproche o sus virtudes, sus defectos o sus vicios; tampoco importaron.

Aquella tarde de Julio del 2017, el humo que salía del 4to B, avisaba a los vecinos del incendio provocado por Mara, que no vivió más de dos horas luego del rescate. Habemus papa, balbuceaba mirando el cielo manchado de gris al que cortaba la figura de la torre en llamas. Y se despedía de sus cosas y de su peso, se alivianaba la tortura alejándose del mundo. Disminuía el dolor de la verdad, se iba de su mente el retrato del rostro de su padre aquel día que lo sometían de rodillas, y el llanto de su madre que no la sostenía, sólo la abrazaba porque era lo que se hace en esos casos. Mientras su cuerpo, hirviendo, era subido a la ambulancia que prendía la sirena para alejarse a toda velocidad, y desparecer, de la vista de los curiosos.

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