Ni la amante de Quevedo, ni la agonía de Petrarca por Laura.
Ni el deseo de Juana de Asbaje, ni las lisonjas de esta fiel servidora.
María Luisa, a usted le imploro, condesa de Paredes.
No es que mi indulto sea por decoro. Ni mi llanto tan perenne.
Mi diáfana intención es la búsqueda de vanagloriar su figura
y llevarla hasta lo más alto de la noria; que no hay gloria en donde more
mujer más tentadora; que despierte carne y mundo, empero,
cuando su rostro asoma.
María Luisa, son sus labios dulces rosas,
deshojadas margaritas.
Y son sus ojos cristalinos,
pequeñas piedras esterlinas.
Ni el Santo Padre, ni el Santo Oficio, ni los reyes de la Nueva España
volverían mis palabras un edicto,
o gozosas
de revelación santa.
Sin importunarla, confesar debo, restar constancias de sus primores
y secretos palaciego;
que por carencia de vocación de literata y de finura cortesía
ni siquiera me atrevo a retratar su figura,
ni cautivarme pretendo de tal afrodisíaca beldad.
Lucia Galluccio
que hermoso!
ResponderBorrarme encanta Sor Juana Ines de la Cruz.
Estoy viendo la serie. Y justo abro el blog, y en lo primero que reparo es en estos poemas.